viernes, 31 de julio de 2020

Palabras para el brindis del sexto cumpleaños de mi hija

Buenas tardes a todos.

Continuando esta pequeña tradición, tomo una vez más la palabra y me dispongo a compartir vivencias y reflexiones con ustedes, antes de hacer un brindis. Hoy, como hace un año, como hace cinco años, se mantiene mi costumbre de hablar, pero muchas otras cosas cambian.

Cambió la gente, ya que cada año vienen menos adultos. Como corresponde, es cada vez más la fiesta de Helena y cada vez menos la nuestra. Es lógico y es como debe ser: ¿A cuántos cumpleaños de seis vamos nosotros mismos? Yo esquivo todos los que puedo…

Y el cambio de gente tiene como paralelo el cambio de Helena. Ella también, los primeros años sólo miraba, no entendía mucho, apenas participaba. Pero ahora vive con mucha emoción su cumpleaños, quiere estar en todos los detalles, quiere decidir cosas. Ya la elección de la ropa es un tema delicado, en el que yo no me metería. Pide distintas cosas que quiere que le regalen y hasta me dice cómo quiere que salga en las fotos.

Por supuesto, todo esto es muy sano y vemos con alegría muchos signos de madurez. Pero también eso plantea dificultades. Porque quiere tomar decisiones y se siente grande, pero es una nenita de cinco años. ¿Hasta dónde podemos dejarla equivocarse? Y también muchas veces es difícil poner el límite entre una decisión y un capricho. ¿Cómo distinguimos esas dos cosas tan emparentadas? Y no hablo solo de Helena, muchas veces discutir cosas con ella me hace ver más claramente cuántas de mis decisiones de adulto, racionales y ponderadas, no pasan de ser caprichos míos sin mayor fundamento. Sin embargo, otras veces se ve claramente que nuestra hijita no sabe cuál es su lugar. Pretende decirnos qué hacer, decide cuándo tenemos que hacer algo, hace reclamos y planteos… Yo soy criado a la antigua y más de una vez me siento tentado a marcarle el lugar de un zapatazo. Porque “cuando yo era chico, si llegaba a decir algo así…”

No quiero profundizar mucho en esto porque no tengo una respuesta; es un tema que todavía estamos trabajando y tratando de llegar a alguna forma de convivencia.

Pero todo esto apunta a que los cambios que mencionaba al principio, en nosotros y en nuestros hijos, son acumulativos y van generando divergencias, aunque sepamos que apuntan a la convergencia final. Y es que ser padres es uno de esos trabajos ingratos que, cuando se hacen bien, conducen a la desaparición. Es como el policía, que si lograra terminar con el delito, desparecería por innecesario. Lo mismo pasa con los padres: si lográramos ser buenos padres y criar bien a nuestros hijos, ellos serían maduros, independientes y libres. Y, por supuesto, no necesitarían una figura paterna. Así, el ideal del padre sería tener un hijo que no lo necesite, pero igual lo quiera; que no requiera su dirección ni su consejo, pero igual lo respete…

Por supuesto, eso nunca sucede. Tenemos policía para rato, y el trabajo de los padres está garantizado.

Así, ejerciendo ese oficio, también vemos más falencias y huecos de nuestra parte. Haciendo un repaso rápido del año, las ocasiones en que más tiempo hemos pasado con Helenita han sido las vacaciones. En los días de trabajo normales, lo más frecuente es que aún cuando estamos los tres en casa, la dejemos jugar con la computadora, ver películas en la televisión o jugar sola con sus muñecos, o dibujar o pintar por su cuenta.

Tenemos espacios reservados: frecuentemente la baño y jugamos un poco, cenamos todos juntos y después leemos un cuento o hacemos algún juego los tres. Pero es mucho más el tiempo que la dejamos sola, porque tenemos otras cosas que hacer y nunca nos alcanza el tiempo. Por no mencionar la mayor parte del día, en que ella va al colegio, nosotros al trabajo y ni nos vemos, ni nos enteramos mucho de lo que hace.

Todo esto produce cierta molestia ya que, seguramente, el día de mañana seremos de esos padres que se quejan de que su hija no les da bola. Pero hay que ver, ¿qué le estamos enseñando ahora? Porque como dije en discursos anteriores –y sí, uno se va poniendo más viejo y repite las cosas- los chicos aprenden sobre todo de nuestro ejemplo.

Por supuesto, no todo es negativo y muchas veces la vemos y sabemos que algo bueno debemos estar haciendo para que salga así. Esas son las recompensas de los padres.

¿Podemos cambiar este destino que nos alcanzará en un tiempo no muy lejano? Sí, seguramente. Está en nuestras manos hacer otras cosas y dar otros ejemplos.

Aún sin saber si lo haremos, aún sin saber qué lograremos, brindo por la vida y por los ejemplos que tenemos que dar



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