Otra noche fuimos a comer a un restaurante de cocina de autor. El lugar era muy agradable, tenía todo el aspecto de un pedazo de Palermo Soho transplantado a Tandil. Pero eso sí: las porciones eran con la idiosincracia tandilense, no pudimos terminar los platos. Comí unos ñoquis de batata espectaculares. Contra mis predicciones, Helenita se portó muy bien y durmió casi todo el rato.
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