Ayer 28 de julio nuestras vidas cambiaron con la fuerza de 3.219 kilogramos. A las 16:35 en el Sanatorio de la Trinidad, en Palermo, nació nuestra hijita Helena Sofía.
La historia inmediata comenzó el jueves cuando la operadora del eco doppler quiso hacer una observación ecográfica y encontró que había muy poco líquido amniótico (oligoamnios marcado, para los que trabajamos con sistemas de diagnóstico). El obstetra no se pronunció en ese momento y nos mandó a hacer una nueva ecografía el sábado.
Fuimos, pensando yo que nos diría que la medición había mejorado un poco y que volviéramos el lunes. Pero la medición de líquido amniótico seguía baja, llamamos a la partera y después de comunicarle los resultados al doctor, decidieron provocar el parto esa misma tarde.
Volvimos a casa, preparamos con mucha calma (Alejandra estaba sorprendentemente tranquila) las cosas que faltaba acomodar en los dos bolsos y la mochila, Ale se bañó, comimos algo y “el abuelo” Luis nos llevó a la clínica para el encuentro previsto con la partera a las 15.
Mientras yo hacía los trámites de admisión, revisaron a Alejandra, concluyendo que lo mejor era una cesárea. A partir de ahí, todo fue muy rápido: a los veinte minutos vino el camillero a buscarla, yo fui a ponerme un ambo amarillo y a “presenciar” la operación. Cuando me dejaron entrar ya estaban todos trabajando, me puse detrás de una sábana con Alejandra, que se quejaba de que no sentía nada. Habremos estado menos de diez minutos así, cuando la partera pidió que bajaran la sábana y yo le sostuve la cabeza a Alejandra para que viera cómo sacaban a la bebé.
En un minuto se cruzaron rápidas apuestas sobre el peso, y corrí detrás del nenonatólogo que llevaba a Helenita en brazos para someterla a toda clase de mediciones, limpiezas y fricciones, más un par de inyecciones. Por suerte, ese momento incómodo pero necesario pasó pronto y me permitió comprobar que los pulmones de la bebé estaban en excelente estado. Verla ahí tan indefensa me daba muchas ganas de levantarla y abrazarla, por suerte pude hacerlo rápidamente. Me la dieron para llevarla junto a la madre, y la sostuve muy cerquita de Alejandra mientras terminaban la sutura. Por suerte no me preguntó cuántos deditos tenía, porque con el apuro ni me fijé.
Eso fueron otros diez minutos, luego una espera interminable (habrán sido como quince minutos) mientras se llevaron a Ale y Hele para prepararlas en una camilla y subirlas a la habitación. De donde todavía no han salido.
La noche pasó muy tranquila, después que se fueron las visitas la mamá le dio de comer a Helenita que después durmió casi toda la noche. Yo dormí de a ratos en el sofá, Alejandra no durmió casi nada. Entre los controles de las enfermeras, los cambios de suero y las tres veces que le dio de comer al bebé (para la última, a las 8, hubo que despertarla, porque Helenita seguía durmiendo) no tuvo mucha oportunidad para pegar un ojo.
Ya tuvimos los dos a la bebé en brazos, ya nos estamos acostumbrando los tres a compartir este lazo tan especial.
Hoy seguramente será un día de muchas visitas a la clínica, serán todos recibidos con alegría mientras se queden poco tiempo, no la hagan hablar a Alejandra (los gases le distienden el estómago y provocan mucha incomodidad y dolor en la herida que cicatriza) y se laven las manos antes de tocar a la bebé.
Pasé un rato por casa, para darle de comer a la gatita y avisar masivamente por email, pero ya me vuelvo a la clínica. Por todo el camino, en este día de sol tan brillante, trataba de ver todo con mirada inaugural, como lo verá nuestra hijita cuando la traigamos a casa.
Sabrán disculpar que no incluya fotos, pero la cámara quedó en la clínica, donde seguiremos juntando vistas para futuras entradas.